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Volar con el ala rota

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La mayor cuestión que me he planteado (aparte de las sanitarias) desde el pasado mes de Marzo es como nos afectará esta pandemia como sociedad. Al principio, cuando saltaron todas las alarmas y el gobierno nos confinó en nuestros hogares no tenía lugar a dudas que una vez pasara el temporal saldríamos mejores. Tal vez esta nube negra era el punto y aparte que necesitaba nuestra sociedad consumista y carcomida para coger aire y volar.  Éramos el pájaro herido que picotea el cristal de la ventana esperando al hombre que cada tarde nos arroja pan. ¿Cómo no íbamos a darnos cuenta que este tren de vida apresurado  nos lleva a un agotamiento como especie? Nos estábamos devorando a nosotros mismos como un Saturno gigante y globalizado y no debíamos dejar pasar la oportunidad para pulsar el botón de reinicio y salir a la calle con unas nuevas pupilas de ver el mundo. Con el paso de los días las certezas que tal vez deseaba más que pronosticaba, comenzaron a hacer aguas. El plantel pol

"Arena en la garganta" se presenta en Villarrubia de los ojos, ante cafés y lectores

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Imágenes del acto de presentación del pasado Sábado 25 de Noviembre en "La chachara" de Villarrubia de los ojos.

Entrevista de la editorial ACEN

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Enlace de la entrevista: Entrevista para ACEN del autor de "Arena en la garganta"

Ernesto y la fugacidad de la vida, Manuel Molina presenta "Arena en la garganta" en Alcazar de San Juan

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Enlace: Ernesto y la fugacidad de la vida, en la primera novela del joven Manuel Molina

"Arena en la garanta" se presenta en Daimiel

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Enlace de la noticia: Manuel Molina presenta en Daimiel su primera novela "Arena en la garganta".

El último peldaño.

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     B ajaba las escaleras despacio, como memorizando cada peldaño con la puntera de su zapato de piel por las hendiduras de las baldosas. El viejo cuaderno con el logotipo obsoleto de la empresa gravitaba entre sus alargados dedos de escribiente, el reciente director ni siquiera había ojeado aquellas hojas de dos rayas donde Fermín fosilizaba los nombres y direcciones de sus arcaicos contactos. Le aseguraron en la cafetería que  procedía de Estados Unidos, de una organización empresarial con muchos ceros de facturación y sedes salpicadas por lugares  que era incapaz de pronunciar.  No lograba recordar la palabra exacta de su anterior puesto, el mismo jefe se lo había explicado en su primera visita al despacho  chapurreando un español que aún aprendía. Observó con tristeza como don Henry había quitado las plantas que a veces don Gustavo le encargaba regar antes de comenzar el trajín, y bajo el armario apoyado en la pared,  tenía el cuadro que le regalaron por los veinte años de trabaj

Heridas sin rodillas.

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Un nostálgico empedernido, que es como me autodefino. De esos que (a veces) piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor. Me entristece observar como el germen principal de la infancia, ese que es la verdadera razón para que el recuerdo permanezca y te acompañe el resto de tu vida, se está transformando o perdiendo. La infancia es para echarte a la calle, para venir a casa con heridas de “juego” en las rodillas y agachar la cabeza ante las reprimendas de los padres. Agarrar con todas las fuerzas esos días interminables, aquellas   tardes de verano que no acaban nunca y que se graban en la retina de los años. Me produce un sentimiento de tristeza   encontrarme por los parques o las plazas a los grupos de niños con el cuello encorvado y los ojos devorando la pantalla de un teléfono móvil. Todos en fila, sentados en un banco, como las golondrinas que se posan en los cables de la luz.   Los años de infancia pasan tan rápido que solo te percatas de ellos cuando te has convertido irreme