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Mostrando entradas de enero, 2014

A veces Vemos pero no Miramos.

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Alrededores de las Tablas de Daimiel. Foto sacada de Internet El día se levantó primaveral en mitad de Enero. Unos quince grados y el sol con los ojos abiertos invitaban a salir, a desempolvar la pereza que emerge en invierno. El plan era sencillo: bicicleta, amigos y campo , una mezcla perfecta para aprovechar la mañana. Nos lanzamos por los caminos a pedalada y charla , y entre tanto fuimos descubriendo como nuestra tierra se presentaba, como los pájaros nos acompañaban en su intermitente revoloteo, y como el campesino, el pastor, el pescador, y los chopos desnudos nos saludaban a nuestro paso. Las conversaciones iban y venían, divagaban entre lo típico y lo utópico, hasta que nuestro río Guadiana ensanchado, a paso gobernante,  abriéndose para alimentar las Tablas de Daimiel nos dio un tirón de orejas y nos maravilló con su actual soberanía. A veces vemos pero no miramos , no somos conscientes de la belleza que nos rodea, de nuestra propia armonía, de aquello que se nos prese

Efímero.

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Efímero. Incluso nuestro basto universo, con sus desconocidos rincones, el cual  ni siquiera  nuestra mente es capaz de dibujar, se creó  con una explosión de apenas segundos. El mar, eterno horizonte azul, que se pierde en las pupilas y recuesta al astro sol cada atardecer. Incluso él,  el mar,  insondable camino de antiguos comerciantes, sendero de los primeros hombres, está compuesto por millones de olas que desaparecen y nacen. Una semilla, la más real y  minúscula muestra de la omnipotencia de la naturaleza es capaz de albergar lo que será un árbol que superará la altura de diez hombres con sus diez vidas. Efímero y breve, eso es lo que nos golpea, lo que nos arrastra, pero a la vez, como el sorbo de un licor fuerte, nos recorre las entrañas y nos muestra la importancia de cada suspiro, de cada instante. No dejamos de ser más diferentes que la hoja de sauce, que aparece y desaparece con cada ciclo. Conscientes de ello recorremos nuestra propia cuenca, como el río que nos transcu

Y entonces llegó El Gabo

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El día que fui a descubrir a Gabriel Garcia Marquez no sabía que llegaría a mi como un ciclón de maestría que aplastaría mi buen hacer dejándome como a Kafka convertido en un insecto . Lo conocía desde que tenía uso de razón literario, ¿Quien no conoce a este genio? Pero a pesar de conocerlo no lo había destripado, no había devorado cada línea de sus "Cien años de soledad" ni me había envuelto en el crimen por honor de Santiago Nassar que empezó muerto y terminó más muerto aún,  pero vivo eternamente. ¿Buscáis amor en sombras? no habréis leído un amor como el que ocurrió en aquellos tiempos del cólera.  Su prosa suelta, sacada a borbotones, enlazando con hilo de oro historias viejas que seguro estoy amamantó en su pequeño pueblo del Caribe, son una dulce melodía que cae en lo más hondo y como una semilla agarra y florece en breve. Es talento, sin más, y con ello es un escritor que demuestra que lo importante no es lo que cuentas si no El como contarlo .  Me he enam