Vuelve el verano a su cita de cada año, el calor perfuma el aire y los parques y calles reabren sus rincones para dar paso a las pequeñas zapatillas, a los saltos de cuerda, a la tiza, al maltrecho balón, a los gritos, risas y lloros de sus más fieles habitantes. Vuelvo a mi niñez, vuelvo a ponerme esas albarcas de goma, cangrejeras que llamaban los de más de un metro de altura, o esas zapatillas de suela anaranjada y tela azul marino, las de "Bruce Lee", que llamaban otros, vuelvo a las rodillas desolladas, al pantalón corto, a la camiseta manchada. El calor aprieta y la tarde se abre a miles de posibilidades, a juegos no inventados y a seguir apretando los lazos de las amistades más infantiles y puras. Los juegos siguen su curso, el calor sigue arropando el día, y aunque cuando se es niño y se está viviendo el verano no se es consciente de nada, siempre esta la madre, la abuela o la vecina del barrio para dar el aviso de un paréntesis, de un descanso y reponer las fuerzas perdidas. Es en ese preciso instante donde vuelvo con mi memoria, a esa pared desconchada, a esos letreros de helados, al "luminoso" de madera colocado encima de la puerta, a las ofertas escritas en cartón, a las cortinas que dan previo paso, a las voces de las vecinas con su bolsa de tela en la mano y su cartera en la otra, que cruzando los brazos le daba para más de una hora de conversación. Vuelvo a los poyetes de las casas donde nos sentábamos con los "flases de Coca-cola" y los cromos, donde comprábamos el último bizcocho solo por la calcomanía que pegábamos sin saber que el sufrimiento llegaría después, cuando tu madre rascaba y rascaba.
Vuelvo a la pequeña tienda. Esa tienda que tiene cada uno en su memoria, no importa el barrio, el pueblo o la época, todos y cada uno de nosotros cuando viajamos a la niñez tenemos, decorada con botes de conservas y estanterías de madera pintadas a mano, con su pequeña cámara frigorífica y su báscula, la libreta para hacer las cuentas, el mandil del tendero, el taburete o silla de madera instalada en un rincón para posaderas más pesadas. Las pequeñas tiendas,
rincones de nuestro recuerdo que pasan muchas veces desapercibidas, y que sin duda alguna
forman parte de nuestra niñez, esas mujeres o hombres que siempre llevaban el pronombre en tercera persona del singular, a modo de propiedad, y que tantas veces nos han suministrado alegrías.
|
foto de internet. Sin identidad |
Que sería nuestra niñez sin esas pequeñas tiendas, donde te servían el suministro diario de golosinas con unas pocas pesetas, y cambiando una y otra vez de opinión, con la paciencia interminable y la sonrisa en la boca, siempre con la muestra de regalo.
La pequeña Tienda, tu pequeña tienda. Ahora a los niños que tengo a mi alrededor, que alegran mis días, los acompaño con la ilusión de mi niñez a por sus cromos, sus helados, sus golosinas a esas pequeñas tiendas que aún persisten, que decorarán sus días de infancia, sus tardes de sol, sus juegos de calle, y les sacaran las sonrisas, como la que poseo mientras escribo estas lineas.
|
Foto de internet. Sin identidad. |
Comentarios
Publicar un comentario