Lucha de Clases...y Tapas.
Se trataba de hacer una bonita foto para confeccionar un vídeo emotivo y a la vez gracioso para proyectarlo en la boda de unos amigos. Buscamos diferentes localizaciones desde un bonito parque donde corren los patos y las ardillas, rodeados de árboles y riachuelos artificiales, pasando por una calle peatonal, que alberga el punto comercial del pueblo y que ahora en verano siempre esta en continuo movimiento. También se miró la plaza del ayuntamiento, pero debido a las directrices de la foto lo más bonito, que es la fachada frontal, no saldría, así que se descartó.
Nos decantamos por un pequeño bar, que está situado en un callejón escondido, un callejón que recuerda otra época, con su suelo empedrado y sus fachadas mirándose frente a frente, siempre que lo recorro me lleva a algunas escenas de la película "El capitán Alatriste" de Perez Reverte, pero esto es subjetivo, y no viene a cuento. En ese callejón hay casas antiguas, con sus balcones de flores y puertas de madera vieja, y entre esos aires antiguos se encuentra el bar, perdón el restaurante, que años atrás lo frecuentábamos, pero ha cambiado de dueño, y lo visitamos por primera vez. El restaurante tiene una bonita terraza en el callejón con mesas blancas que contrastan con su fondo negro y su tenue luz de velas y farolillos que adornan con gusto el exterior del bar, perdón del restaurante. Aparte suelen poner unos centros negros de flores rojas o blancas que dan un aspecto distinguido y bello. Después de recorrer los diferentes exteriores, al final nos decantamos por hacerla en el restaurante. La idea era brindar por el nuevo matrimonio, y hacerlo simulando una cena romántica en el callejón. Nos llevamos todo el atrezo necesario, menos las copas y el vino, pues eso corría de parte del bar, perdón del restaurante. Al llegar al sito, prefiero nombrarlo así para no caer en error, me encuentro con un camarero conocido, que le explico lo que vamos a hacer, y sin dudarlo me invita a sentarme y tomar lo que quiera. Es en ese instante cuando la historia da un vuelco. Aparece un caballero, delgado, frío, de nariz y mirada aguileña, de mediana edad, que rápidamente nos frena y nos dice que la mesa esta ocupada por unos señores, los cuales estaban de cañas en la barra, y que no nos podemos sentar. Curiosidades de la vida, había cuatro mesas vacías en la terraza, y justo la nuestra estaba ocupada. Termino por explicarle el motivo, la foto, y como el que escucha llover, aún así preguntándole a los de la barra que supuestamente la tenían reservada, y a modo de risas, me permite hacer la foto, "en cinco minutos", me dice. Me trago el orgullo por lo bonito de la postal y pido dos copas de vino tinto, para poder brindar. Se me queda mirando el responsable, y me vuelve a decir que eso no es un bar, sino un restaurante (de ahí los anteriores perdones) que únicamente me pueden servir algo de una botella abierta. Respiro tres veces, y acepto. Nos trae dos copas de vino blanco, que apenas se distingue en la foto, nos hacemos la foto y nos vamos, con un gesto seco, como el suyo. Además tampoco quedó bonita que se diga, pues al final como siempre me tira más una postal natural, con patos y ardillas, que un restaurante o bar.
Pasan unas semanas, y después de los desplantes, y las prepotencias clasistas, el verano llega, y la gente asalta las terrazas en busca de refrigerios fríos, conversación animada, y algún pitillo al aire libre. Todo completo, o casí, busco una mesa en una terraza y es cuando observo a aquel responsable del restaurante, fumando, apoyado en la pared, con la barra y la terraza vacía, mirando con la mirada perdida, como la gente, toma cañas, vinos, aguas, y come tapas de bravas y aceitunas. Su mirada es la de un derrotado, que queriendo excluir se excluyó a si mismo, malos tiempos amigo, malos tiempos...
Callejón que aparece en la película "Capitán Alatriste" |
Nos decantamos por un pequeño bar, que está situado en un callejón escondido, un callejón que recuerda otra época, con su suelo empedrado y sus fachadas mirándose frente a frente, siempre que lo recorro me lleva a algunas escenas de la película "El capitán Alatriste" de Perez Reverte, pero esto es subjetivo, y no viene a cuento. En ese callejón hay casas antiguas, con sus balcones de flores y puertas de madera vieja, y entre esos aires antiguos se encuentra el bar, perdón el restaurante, que años atrás lo frecuentábamos, pero ha cambiado de dueño, y lo visitamos por primera vez. El restaurante tiene una bonita terraza en el callejón con mesas blancas que contrastan con su fondo negro y su tenue luz de velas y farolillos que adornan con gusto el exterior del bar, perdón del restaurante. Aparte suelen poner unos centros negros de flores rojas o blancas que dan un aspecto distinguido y bello. Después de recorrer los diferentes exteriores, al final nos decantamos por hacerla en el restaurante. La idea era brindar por el nuevo matrimonio, y hacerlo simulando una cena romántica en el callejón. Nos llevamos todo el atrezo necesario, menos las copas y el vino, pues eso corría de parte del bar, perdón del restaurante. Al llegar al sito, prefiero nombrarlo así para no caer en error, me encuentro con un camarero conocido, que le explico lo que vamos a hacer, y sin dudarlo me invita a sentarme y tomar lo que quiera. Es en ese instante cuando la historia da un vuelco. Aparece un caballero, delgado, frío, de nariz y mirada aguileña, de mediana edad, que rápidamente nos frena y nos dice que la mesa esta ocupada por unos señores, los cuales estaban de cañas en la barra, y que no nos podemos sentar. Curiosidades de la vida, había cuatro mesas vacías en la terraza, y justo la nuestra estaba ocupada. Termino por explicarle el motivo, la foto, y como el que escucha llover, aún así preguntándole a los de la barra que supuestamente la tenían reservada, y a modo de risas, me permite hacer la foto, "en cinco minutos", me dice. Me trago el orgullo por lo bonito de la postal y pido dos copas de vino tinto, para poder brindar. Se me queda mirando el responsable, y me vuelve a decir que eso no es un bar, sino un restaurante (de ahí los anteriores perdones) que únicamente me pueden servir algo de una botella abierta. Respiro tres veces, y acepto. Nos trae dos copas de vino blanco, que apenas se distingue en la foto, nos hacemos la foto y nos vamos, con un gesto seco, como el suyo. Además tampoco quedó bonita que se diga, pues al final como siempre me tira más una postal natural, con patos y ardillas, que un restaurante o bar.
Pasan unas semanas, y después de los desplantes, y las prepotencias clasistas, el verano llega, y la gente asalta las terrazas en busca de refrigerios fríos, conversación animada, y algún pitillo al aire libre. Todo completo, o casí, busco una mesa en una terraza y es cuando observo a aquel responsable del restaurante, fumando, apoyado en la pared, con la barra y la terraza vacía, mirando con la mirada perdida, como la gente, toma cañas, vinos, aguas, y come tapas de bravas y aceitunas. Su mirada es la de un derrotado, que queriendo excluir se excluyó a si mismo, malos tiempos amigo, malos tiempos...
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