A ti.
Llego sin avisar, aunque realmente esperada.
Un buen amigo me dijo que los más difícil de escribir es escribirle al amor. El amor, ese torrente que te cautiva, que recorre cada vena por muy fina que sea llegando hasta el último milímetro del cuerpo. Es entonces cuando confundes tu universo mundano con el alma y te dejas llevar como una hoja seca en el otoño soleado, danzando al tiempo, sintiendo sin más.
Aquella fue la sensación, un huracán inedito de sensaciones que entraron por una pupila juvenil y soñadora que como electricidad recorrieron cada parcela de mi cuerpo para salir por los dedos de mi mano, que al juntarlos con los suyos en una breve y esperanzadora despedida quedarían unidos para una historia de amor que sobresale de palabras y hechos y que desemboca en el camino que llevo recorriendo, y que si la fortuna o algún dios sobrenatural me acompaña recorreré junto a sus ojos marrones.
Apostamos por nosotros sin mirar a la fortuna.
Si el amor fuese gratitud, tendríamos que cambiar la palabra.
La absorvería como cuando el agua se convierte en hielo, como cuando el fuego consume la madera. Necesitaría un millón de hojas en blanco para agradecer, para escribir cada sueño cumplido, para pintar de colores mis días a su lado y emborrarme sin conocimiento de dosis de alegría.
Nuestras cartas de amor volaron a través de pueblos, de distancias, de muros a priori incapaces de escalar, que ahora mirando hacía detras son innecesarios, como los poros en el café.
Nunca pidió nada, sin embargo lo dio todo.
Esa es la verdadera muestra de amor, no hay ninguna más pura, más potente que ofrecer todo tu yo, con tus verdades y tus rencores, con tus circunstancias y tus necesidades, dártelas, entregártelas con la mano abierta, sin esconder nada y después sentarte a esperar. Esa es la verdadera naturaleza del amor, sin vicios, como la pureza del niño que ve por primera vez el azul de mar. Donde todo puede ser posible ante ese inmenso escenario.
A su lado he descubierto que puedes andar aunque no haya suelo, que puedes volar sin alas, que debes lanzarte aunque en el fondo del precipicio te estén esperando.
Con ella conocí la libertad, el pensamiento propio, el saber buscar lo que tu verdadero yo demanda sin dejarte arrastrar por corrientes.
Su olor inunda mis días.
Un aroma amable, benevolente, dulce y con carácter digno de una de mujer de otro tiempo. Su esencia es inagotable porque yo quiero que sea eterna, como inmortal será por siempre el amuleto que me concede la suerte en cada paso: su bella y sincera sonrisa.
También cayeron lagrimas que pronto secamos con bailes, con renunciar a hacerlas crecer y volvimos a bailar en nuestros propios mundos.
No hablaré de su belleza, pues sería injusto que mis letras describiesen lo que doy por obvio.
Le agradezco todo, porque si ella lo entregó todo sin esperar nada, yo ahora sería nada sin su todo.
Un buen amigo me dijo que los más difícil de escribir es escribirle al amor. El amor, ese torrente que te cautiva, que recorre cada vena por muy fina que sea llegando hasta el último milímetro del cuerpo. Es entonces cuando confundes tu universo mundano con el alma y te dejas llevar como una hoja seca en el otoño soleado, danzando al tiempo, sintiendo sin más.
Aquella fue la sensación, un huracán inedito de sensaciones que entraron por una pupila juvenil y soñadora que como electricidad recorrieron cada parcela de mi cuerpo para salir por los dedos de mi mano, que al juntarlos con los suyos en una breve y esperanzadora despedida quedarían unidos para una historia de amor que sobresale de palabras y hechos y que desemboca en el camino que llevo recorriendo, y que si la fortuna o algún dios sobrenatural me acompaña recorreré junto a sus ojos marrones.
Apostamos por nosotros sin mirar a la fortuna.
Si el amor fuese gratitud, tendríamos que cambiar la palabra.
La absorvería como cuando el agua se convierte en hielo, como cuando el fuego consume la madera. Necesitaría un millón de hojas en blanco para agradecer, para escribir cada sueño cumplido, para pintar de colores mis días a su lado y emborrarme sin conocimiento de dosis de alegría.
Nuestras cartas de amor volaron a través de pueblos, de distancias, de muros a priori incapaces de escalar, que ahora mirando hacía detras son innecesarios, como los poros en el café.
Nunca pidió nada, sin embargo lo dio todo.
Esa es la verdadera muestra de amor, no hay ninguna más pura, más potente que ofrecer todo tu yo, con tus verdades y tus rencores, con tus circunstancias y tus necesidades, dártelas, entregártelas con la mano abierta, sin esconder nada y después sentarte a esperar. Esa es la verdadera naturaleza del amor, sin vicios, como la pureza del niño que ve por primera vez el azul de mar. Donde todo puede ser posible ante ese inmenso escenario.
A su lado he descubierto que puedes andar aunque no haya suelo, que puedes volar sin alas, que debes lanzarte aunque en el fondo del precipicio te estén esperando.
Con ella conocí la libertad, el pensamiento propio, el saber buscar lo que tu verdadero yo demanda sin dejarte arrastrar por corrientes.
Su olor inunda mis días.
Un aroma amable, benevolente, dulce y con carácter digno de una de mujer de otro tiempo. Su esencia es inagotable porque yo quiero que sea eterna, como inmortal será por siempre el amuleto que me concede la suerte en cada paso: su bella y sincera sonrisa.
También cayeron lagrimas que pronto secamos con bailes, con renunciar a hacerlas crecer y volvimos a bailar en nuestros propios mundos.
No hablaré de su belleza, pues sería injusto que mis letras describiesen lo que doy por obvio.
Le agradezco todo, porque si ella lo entregó todo sin esperar nada, yo ahora sería nada sin su todo.
"Je te aime pour toujours, parce que sans toi la vie serait une ombre éternelle" .
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