La Vieja Bola.
Se abrió la puerta y la ventisca introdujo varios copos de nieve en la habitación. El abuelo regresaba de los mercadillos navideños con dulces y unas velas para encima de la chimenea. Se quitó aquella vieja bufanda de lana y la gorra campera, ante la mirada risueña de su nuera sacudió los zapatos empapados de nieve y los puso cerca del fuego para que se secasen, dejando al descubierto los roídos calcetines. Sus dos nietos estaban en mitad del salón sobre la alfombra junto a su madre intentando decorar un árbol de navidad que nada tenía que ver con aquellos arbolillos verdes que el anciano recordaba en su ya alejada infancia. El viejo no dejaba de mirar aquellos chismes que colgaban del árbol sin dar sentido alguno a su ilusión navideña.
Con sus calcetines agujereados subió hacia su alcoba, buscó en aquel armario entre cosas inservibles que había dejado que las devorase el olvido. Encontró una pequeña caja de cartón abollada, colocó de forma superficial lo que había removido y bajó de nuevo hacía el salón. El abuelo a duras penas se dejó caer sobre la suave alfombra y reclamando la mirada de sus dos pequeños nietos abrió aquella caja que contenía nada más que cristales desparramados. Únicamente permanecía en pie una bolita de color rojo medio rasgada. Sus nietos torcieron el gesto y miraron a su madre, que resignada aceptó que el abuelo colocase aquella reliquia en mitad de la decoración recién estrenada.
La madre apago todas las luces y el salón quedó a oscuras, los niños pulsaron el interruptor y de forma intermitente el árbol se iluminó por completo esparciendo una multitud de formas y colores que dejó a los niños boquiabiertos. El abuelo, algo acontecido, observaba con melancolía su vieja bola de navidad oculta entre tanto brillo, quebrada y apagada. Los niños comenzaron a aplaudir, y la madre fue señalando los diferentes artilugios luminosos olvidándose por completo de bolita roja arañada por el tiempo. Durante unos minutos los pequeños estuvieron dando vueltas como indios en la hoguera a aquel árbol futurista y extravagante. Cuando la madre desconecto la luz, aquellos colores se difuminaron, lo que parecía una feria de sensaciones se tornó gris, y los pequeños frenaron su alegría. Sin la luz, aquello no era más que un esqueleto de metal de donde colgaban oscuros diseños con estrafalarias formas. Fue entonces cuando el viejo señaló su bolita, que pausadamente de una manera extraña comenzaba a iluminarse en la oscuridad por si misma, y cuanto más se oscurecía la habitación la bolita más brillaba, era como un pequeño sol, un punto de verdadera luz. Los niños se acercaron al abuelo y le abrazaron sus cansadas piernas, sorprendidos por aquel instante de magia.
Brilla por ti.
Con sus calcetines agujereados subió hacia su alcoba, buscó en aquel armario entre cosas inservibles que había dejado que las devorase el olvido. Encontró una pequeña caja de cartón abollada, colocó de forma superficial lo que había removido y bajó de nuevo hacía el salón. El abuelo a duras penas se dejó caer sobre la suave alfombra y reclamando la mirada de sus dos pequeños nietos abrió aquella caja que contenía nada más que cristales desparramados. Únicamente permanecía en pie una bolita de color rojo medio rasgada. Sus nietos torcieron el gesto y miraron a su madre, que resignada aceptó que el abuelo colocase aquella reliquia en mitad de la decoración recién estrenada.
La madre apago todas las luces y el salón quedó a oscuras, los niños pulsaron el interruptor y de forma intermitente el árbol se iluminó por completo esparciendo una multitud de formas y colores que dejó a los niños boquiabiertos. El abuelo, algo acontecido, observaba con melancolía su vieja bola de navidad oculta entre tanto brillo, quebrada y apagada. Los niños comenzaron a aplaudir, y la madre fue señalando los diferentes artilugios luminosos olvidándose por completo de bolita roja arañada por el tiempo. Durante unos minutos los pequeños estuvieron dando vueltas como indios en la hoguera a aquel árbol futurista y extravagante. Cuando la madre desconecto la luz, aquellos colores se difuminaron, lo que parecía una feria de sensaciones se tornó gris, y los pequeños frenaron su alegría. Sin la luz, aquello no era más que un esqueleto de metal de donde colgaban oscuros diseños con estrafalarias formas. Fue entonces cuando el viejo señaló su bolita, que pausadamente de una manera extraña comenzaba a iluminarse en la oscuridad por si misma, y cuanto más se oscurecía la habitación la bolita más brillaba, era como un pequeño sol, un punto de verdadera luz. Los niños se acercaron al abuelo y le abrazaron sus cansadas piernas, sorprendidos por aquel instante de magia.
Brilla por ti.
Feliz Navidad
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